A Daniel.
No me guardo la frivolidad
en los bolsillos,
no es necesario que me veas mecerme
con audacia en los lugares cómodos,
ni ocultar cuando despierto
el temario de mi sueño de anteanoche.
Descanso más lúcida que nunca,
pero no sobre los laureles,
reposo en el diminuto tramo que nos
separa
y que no me asfixia.
No necesito contarte que he madurado,
(sabes mejor que nadie que no es
cierto)
y que no creo en dios y sin embargo
canto aleluyas por el destino que no
une.
Impenitente me enrolo en los ¨ismos¨
que colman mi lenguaje
y ante el menor temor a exponerme
me escondo detrás de un cigarrillo.
Delante tuyo, sin embargo,
mi rudeza se vuelve ternura
y bailo y canto desbordante
de ridiculez y desvergüenza.
Qué extrañado me mirará el malevaje,
me has admitido entera
y ahora intento
no perderme en los extremos,
no odiarme ni un poco,
no hacerme daño,
no disolverme en las pérdidas
y crecer de la forma menos
contradictoria posible.
No escondo en los cajones
aquello no me animo a ver siquiera,
ya sé que puedo
(gracias vos lo he entendido):
encerrar en mi manos los fantasmas
soplarlos despacito
y convertirlos en luciérnagas.