Llegaste y yo dormía
mi impávido sueño de otoños y alondras
sobre el lecho de mis propias soledades,
sobre el pasado como una escena
agotada y repetida en mi memoria.
Me tomaste con dulzura entre tus manos
y me fuiste despertando de a poco,
sacudiendo en mi inconsciente los temores,
despojándome de mis últimos prejuicios,
dejándome ver que el infinito no era rojo.
Quitaste de mi la enorme coraza
con la que me cubría de flechas inexistentes
y dejaste al descubierto la inocencia
(que yo creí no haber tenido)
y la mujer en que me he transformado.
Pusiste ante mi cuerpo un espejo
para que me enfrente con mi belleza
nueva y tan mal aceptada,
y para que vea que no soy tan sólo
un montón de inquietudes en un cuerpo extraño.
Ahora creo que todo ese tiempo
que transcurrió en tomas desparejas
no fue porque si, sino para que un día
llegaras hasta mi como un presentimiento
y me trajeras de nuevo a esta parte del mundo.
Yo dormía un sueño eterno
de Alicia en el país de las maravillas,
hasta que me despertaste con tu protector abrazo
y supe que también era posible
reinventar la felicidad que tanto ansiaba.