Ya me lo había contado mi amigo el Marqués de Sade, un hombre de 30 años, aficionado por la literatura y mucho menos degenerado que su conocido maestro (aun cuando reconozco en él cierto aires de pedófilo reprimido); a Virginia Woolf le había pasado cuando leyó a no me acuerdo quien y se sintió tan desahuciada ante una literatura perfecta que quiso deshacerse hasta de ella misma. Y yo, que me había impresionado casi cómicamente ante el chisme, lo recordé como si hubiese estado siempre presente en mi memoria cuando comencé a adentrarme el el mundo mágico de Isabel Allende.
Yo (y al "yo" lo repito mucho porque soy nacida bajo el signo de Leo) una humilde escritora de 20 años, lectora empedernida de dos o hasta tres libros a la vez, acostumbrada a las bellezas inalcanzables de mis autores preferidos, caí sentada sobre las dudas cuando leí las primeras tres hojas del libro de la chilena que me compré después de vacilarlo unas cien veces.
La Allende había logrado un estilo al que me tenía acostumbrada Gabo, pero con toques femeninos y metáforas desconocidas. Tenía una familia más rara que la mía y una biografia que hizo sentir que la que yo había constriudo hasta entonces no era tan original ni traumática.
Las más de 300 hojas se consumieron en dos días ante mis ojos haciéndome bailar por toda clase de sentimientos: el llanto, la risa que nadie entendió cuando el día de la primavera me senté en la plaza Moreno a descubrir como continuaba la historia y dándole la espalda el escenario sólo me interesó pasear por el mundo de Isabel para aburrimiento total de mi amiga Jésica; la angustía y la falta de aire caracteristica en personas de mi naturaleza, la identificación total y la adicción que sólo mantuve por personas muy determinadas (otro día las nombraré) y por el cigarrillo que hace 13 días que no toco sufriendo toda clase de síntomas de abstinencia.
Y cuando lo terminé... Las palabras del Marqués volvieron con más fuerza. Mi poesia roja y yo no tendriamos lugar en un mundo donde existe y escribe Isabel Allende. El denominado por mi con aires de psicologa frustrada "Síndrome de Virginia Woolf" comenzó a perseguirme a todos lados.
No, la idea del suicidio no rondaría nunca mi cabeza porque le tengo miedo absolutamente a todo. Pero si la inquietud de saber que mi novela que avanza por su capítulo número treinta y mis más de 600 poemas, eran un intento mediocre de ser la Literata que yo había deseado.
Entonces las frases de la chilena me rodeaban cuando me sentaba ante la hoja en blanco que no solía cambiar de color, excepto cuando apoyaba el mate sobre ella.
Yo sé que se va a pasar, que ya ha habido intermitentes mesetas en mi inspiración que se superan con mi maravillosa memoria selectiva que a todo lo archiva como si no hubiese pasado.
Ahora solo quisiera dejar escrito en esta página lo que sentí al respecto de la literatura de la Allende y la única frase que encuentro le pertenece a ella: "más intensa que el más perfecto orgasmo o el más largo aplauso"
Yo (y al "yo" lo repito mucho porque soy nacida bajo el signo de Leo) una humilde escritora de 20 años, lectora empedernida de dos o hasta tres libros a la vez, acostumbrada a las bellezas inalcanzables de mis autores preferidos, caí sentada sobre las dudas cuando leí las primeras tres hojas del libro de la chilena que me compré después de vacilarlo unas cien veces.
La Allende había logrado un estilo al que me tenía acostumbrada Gabo, pero con toques femeninos y metáforas desconocidas. Tenía una familia más rara que la mía y una biografia que hizo sentir que la que yo había constriudo hasta entonces no era tan original ni traumática.
Las más de 300 hojas se consumieron en dos días ante mis ojos haciéndome bailar por toda clase de sentimientos: el llanto, la risa que nadie entendió cuando el día de la primavera me senté en la plaza Moreno a descubrir como continuaba la historia y dándole la espalda el escenario sólo me interesó pasear por el mundo de Isabel para aburrimiento total de mi amiga Jésica; la angustía y la falta de aire caracteristica en personas de mi naturaleza, la identificación total y la adicción que sólo mantuve por personas muy determinadas (otro día las nombraré) y por el cigarrillo que hace 13 días que no toco sufriendo toda clase de síntomas de abstinencia.
Y cuando lo terminé... Las palabras del Marqués volvieron con más fuerza. Mi poesia roja y yo no tendriamos lugar en un mundo donde existe y escribe Isabel Allende. El denominado por mi con aires de psicologa frustrada "Síndrome de Virginia Woolf" comenzó a perseguirme a todos lados.
No, la idea del suicidio no rondaría nunca mi cabeza porque le tengo miedo absolutamente a todo. Pero si la inquietud de saber que mi novela que avanza por su capítulo número treinta y mis más de 600 poemas, eran un intento mediocre de ser la Literata que yo había deseado.
Entonces las frases de la chilena me rodeaban cuando me sentaba ante la hoja en blanco que no solía cambiar de color, excepto cuando apoyaba el mate sobre ella.
Yo sé que se va a pasar, que ya ha habido intermitentes mesetas en mi inspiración que se superan con mi maravillosa memoria selectiva que a todo lo archiva como si no hubiese pasado.
Ahora solo quisiera dejar escrito en esta página lo que sentí al respecto de la literatura de la Allende y la única frase que encuentro le pertenece a ella: "más intensa que el más perfecto orgasmo o el más largo aplauso"
5 comentarios:
Hace trescientos años, Lichtemberg, el genial físico y pensador alemán, anotaba en su cuadernito: "la costumbre echa a perder nuestra filosofía". Yo cambiaría "costumbre" por "idealización". Ante una escritura que consideramos buena o excelsa, la mano que mueve la pluma tiembla, se detiene y duda. Por suerte amiga, Ud. no es de las que duda a la hora de escribir, o al menos no lo hace notar. Con los años descubrirá que Isabel Allende no es una gran escritora sino una escritora con oficio, lo cual es bien diferente. Y también descubrirá que su método de escribir todos los días algo es el método que realmente vale para progresar en la escritura. hay escrituras -como la de Borges- que no son estimulantes para crear, ahí todo es perfecto, construído de tal modo que si se quita una palabra el texto se desmorona. Acérquese a Sara Gallardo y no se arrepentirá. Esa literatura, como la de Felisberto Hernández y Osvaldo Lamborghini, tiene la extraña virtud de anular el síndrome "Virginia Wolf". por el contrario, funciona de entimulante para escribir. Y siga escribiendo. Que la mano no prive a la pluma de continuar creando.
Creo que es de un irreemplazable valor lo que quien me antecede ha dicho en estos comentarios,pero no porque comparta yo las opiniones de quien escribía el comentario anterior, sino porque creo que -salvaguardando las bondades de Borges y coincidiendo con los oficios domésticos de Allende- las referencias ('los referentes') están allí nada más que para oponerles uno el oficio de la escritura cotidiana.'Insiste insiste lo simbólico insiste' (parafraseando a JL).
¡Algo quedará! No dude Ud.que las admiraciones están solamente para hacer que nos movamos un paso más hasta no poder sino desear romper con ellas,hacerlas mierda,bah! Si no fuera así,qué real cagada...esclavos de nuestras identificacioens seríamos,verdad! ¡Rompa,amiga!¡Rompa! Que algo va a encontrar...
Demás esta decir que mi absoluta ignorancia de Isabel Allende me convierte en un opinologo de oficio, debe usted saber señorita Literata que su buena critica sobre la escritora en cuestión provoca un inexorable deseo de leerla.
Mas cuando algo parecido a un orgasmo puede pasar.
Mis respetos a su excelente estilo.
El articulo me parece muy personal y conociendo un poco de lo que haz escrito encontré algo nuevo en tu escritura, puede parecer raro pero me pareció distinto; lo cual es bueno (aunque todo el mundo se va a quedar con la ultima frase)JAJA Besos. Te quiero.
Todo es perfecto en tu escritura...que orgullo para tu papa. NIPPUR DE LAGASH
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