jueves, 5 de octubre de 2006

La despedida

Me despierto y adoro que tus dulces ojitos sean lo primero que veo, así podría permanecer durante horas, contemplando la pequeña mancha blanca en tu ojo derecho que cambia de forma según el tiempo, cuando llueve es un molino girando levemente, cuando hay sol es un nomeolvides abriéndose, cuando está nublado es un caramelo.
Si estoy aburrida me pierdo en el patio de tu casa que es mágico y surrealista, subo por los techos y desde allí te llamo, divertida, para que vueles conmigo hasta las alturas celestiales de la higuera repleta. Hay un caminito de cuentos en tu patio, pero no quiero detenerme demasiado allí con el juego de la memoria, porque el lobo puede estar cerca y soy chiquita y me asusta demasiado.
Aparecemos en tu bicicleta en un rally mortal por charcos y calles de barro y el guardapolvo se me mancha con aceite pero vos no pareces preocuparte. Miro hacia arriba y veo tu barba apenas crecida y tu sonrisa gigante enfrentándose al viento... no hay tiempo ni espacio, la belleza es absoluta.
Rodamos por la avenida de tu idioma, místico, perfecto. Sentada a la mesa admiro tu magia, desapareces todo lo que está allí. Lo lográs, es impresionante como haces desaparecer la tasa de leche y como la encontras luego sin vacilar. Te hago cosquillas y te abrazo, pero todo se esfuma y estamos juntos, de nuevo, pero ahora yo soy grande y vos chico. Tengo que darte de comer y hablarte en un idioma que se parece a una lengua muerta. Tengo que darte mis energias para que las uses, agotálas que yo no las quiero, pero despertáte y habláme, contáme algo nuestro.
Te persigo por los pasillos interminables a donde fuimos a parar hace mucho tiempo; te corro sin alcanzarte. No me ves detrás tuyo y me canso, me quedo sin aire. Necesito verte los ojitos, decirte que te amo, guardarme un gesto tuyo como anestesia.
Me detiene tu aparición. Basta, dejame ir, me decís.
Y yo siento que así te pierdo, que no voy a poder no rogarte que vuelvas.
Basta.
Ya te perdí.
Te dejo ir.
Chau.