miércoles, 16 de mayo de 2007

Tu ausencia

"¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde."
J.L.B


Sumó las excusas, las mentiras, las locuras, los abandonos, los años desperdiciados. Pensó que posiblemente era viable salvarlo y que también cabía el riesgo de una nueva frustración. Aun así no armó las valijas y corrió enceguecida detrás del primer intérprete de amante que se escapó del plano onírico y se apareció como salido de la lámpara de Aladino.
Nunca supo antes cuan terrible era la soledad hasta ese momento, porque siempre la había evitado, a excepción de una vez en que unas semanas de soledad le provocaron alergia en los tobillos. Había sido abandonada por él y sus desvaríos. Ahora eran otros los síntomas: un ancho ardor en el alma, hinchazón en los ojos, dolor de pensamientos, llanto matutino, vespertino y nocturno, falta de aire, temblores, ira, decepción, angustia, y una rara transparencia en el pecho que le dejaba el corazón a la intemperie. Poco sospechaba cómo era capas de doler el alma, cuan sentido podía ser el grito que le nacía en las entrañas para llegarle a él, en su lejanía de libertad, gozo y soledad.
Ella por el contrario sólo sabía de tristezas y odios, de amplios fracaso amontonados y polvorientos en la repisa. Deseaba que se hunda en un abismo, que una plaga invada su casa, que lo condene esa culpa que ella perfectamente conocía.
Sentía su mutismo clavándose como una daga y su retrato persiguiéndola todo el día, asimilando un espectro. Lo veía en el grotesco de las frivolidades, como un usurpador.
Lo había llamado y escrito extensas cartas, se había aparecido en sus sueños, a robarle un beso, pero aun así el la rechazaba y al amanecer su alma llegaba cansada y con sed, luego de recorrer las áridas y extensas distancias que el había extendido entre ellos.
Así, víctima de su inmadurez, sus caprichos, sus comparaciones, se quedaba quieta ante los celos absolutos y se reprimía en la imagen deforme que le mostraba el espejo, con el desgarro sangrando, con el amor saliéndose del cuerpo. Yendo a ningún lugar, exiliada, ansiosa; humedeciendo pañuelos interminables cuya punta parecía estar en la galera de un mago.
“Adiós soledad definitiva, vete lejos. No quiero conocerte” pensaba. Vio sus valijas vacías, sus manos urgentes, su reloj avanzando de manera inversamente proporcional a sus deseos de verlo. El blanquinegro paisaje permaneció intacto.
“Entonces esto era, entonces así se siente morir de amor.”