martes, 28 de noviembre de 2006

Lo peor de todo

Lo peor de todo no es
que sueñe cada tanto que te beso
y que sos de carne y hueso,
lo más lejano posible
a tu verdadera imagen
que sin ser de cartón piedra
es de papel y tinta.


Ni es eso que se siente
cuando el amor está herido
de puras mentiras
que yo me invento
cuando me roza tu acento
y yo me estanco
frente a los portarretratos
que por suerte te contienen.


Lo peor de todo es esta
adicción a vos a la distancia
sin respuesta racional alguna
destinada a ser unilateral y sola
por lo menos hasta el día
en que el gurú o la adivina
o los rezos al dalai funcionen.

domingo, 5 de noviembre de 2006

Amor no es literatura si no se puede escribir en la piel

En la ficción de mis ancestros te vi descosiendo remiendos antiguos que generaban el ardor de cuando no prende la anestesia y partí tu imagen en dos para que no me duelas, pero así apareciste análogo y cruel en tus dos mitades perfectas y distintas, a destiempo.
En principio no hubo posibilidad de un segundo beso sincero desembocando en la angostura torcida de palabras de amor que fueron tan mentirosas como infiel tu propuesta. En la Escala de Richter hubo sismos mayores pero no de tal prolongación histórica; de haber sido de otra manera no hubiese podido probarlo porque me desplazaste del hipocentro y ya no había manera de medir temblores. Te quise un poquito en señales diversas aun cuando puedo negarlo sin que lo presienta un detector de mentiras y puedo mirarte a los ojos siete segundos seguidos sin sentir a la mariposa monarca con su sabor amargo aleteándome.
Tu segunda mitad en un caballo salvaje rondó mis pasiones sin detenerse demasiado, con las huellas mnémicas borrándose con el viento lo que no le permitió conservar mis poemas en la memoria. Te quise más allí, porque tenías la paz de los trovadores y me visitabas en viajes astrales y nocturnos, dejando la marca de un tsunami y la separación que solo generan los grandes sucesos en la línea del tiempo. No sé en qué parte del camino te perdí de vista cuando me encandiló un viaje efímero de alguien sobre un unicornio, pero fue esa la imagen de donde saqué nuevas anestesias para sobrellevar tu olvido permanente.
No reconocí como una sola tus presencias sino hasta que volvieron los sueños de robos y te escribí un poema que las unía y las responsabilizaba de los mismos crímenes imprescriptibles:
Andando voy buscándote siempre
como si te quisiera como te quiero
y me siento inmensamente triste
si no te veo amor, si no te encuentro.


Perdida en los laberintos infranqueables
de tu indiferencia con sus recovecos,
es áspera la sed de tus palabras
que no se cura con tu pequeño gesto.


Y para no sentirte distante
me he convertido en un espejo
calcando en mi vida tus pasiones
por si te vas amor, por si estas lejos.


Cuánto puede retardar tu percepción
en notar el idealizado sentimiento
cuánto más hasta que dejes la alturas
y bajes al suelo, amor, cuánto te quiero.

sábado, 21 de octubre de 2006

Mi última musa


Apareció justamente en uno de esos días en que las musas se me fueron con cualquiera y que lo único que hago es concentrarme en imágenes para cuadros que no pinto, porque desde que me informaron que los colores no huelen sentí una terrible amargura, como si hubiese estado aferrada a esa creencia en vano durante toda mi vida. Recordé el caso muy conocido de los dos soldados que luego de cincuenta años de haber terminado la guerra fueron encontrados en una selva, escondidos, esperando a que los enemigos los vengan a matar… ¡cincuenta años!. Ya estaban viejos cuando no sé que milagroso los encontró y les informó que Hitler se había matado, que su país había recibido dos bombas nucleares, que ahora la guerra era en Irak y supongo que ni les habrá nombrado el muro de Berlín porque ellos no sabían de su construcción y menos de su caída.
Yo ya le había inventado una muerte para cualquiera que me preguntara; diría que se ahogó en un ataque de alergia, cuando confundió el medicamento para nariz con un desinfectante y se echó varios chorritos en cada orificio.
Apareció sin coherencia alguna, como sucede generalmente cuando la gente se quiere presentar en mis sueños para expresarme algún mensaje de vital importancia, un rato en un lado, un rato en otro, al siguiente con la cara de un tercero, al rato con el cuerpo de un rinoceronte y en unos momentos más lo habré llamado con otro nombre y habré olvidado quien era en un principio.
Me gusta hacer pruebas con mis sueños, por lo que me pongo el despertador cada diez minutos y anoto las características de los lugares y los diálogos, porque muchas veces los sueños han impulsado cuentos o poesías y varios capítulos de mi novela.
Como apareció se fue, dejando la estela marcada en la pared para que cada vez que la mire lo recuerde; pero olvidando todo aquello que yo le había dado para que se lleve y me lleve. Se fue como lo habían hecho mis otras musas privándome de su presencia intermitente y exagerada… Pude dedicarle unos versos chiquitos, pero ya los había escrito alguien más…
"De tanto amar y andar salen los libros" (Pablo Neruda)

martes, 10 de octubre de 2006

Versos nuevos


Hay dias en los que me levanto pensando en verso. En uno de esos días nacieron estos tres poemas, que creo que son una secuencia desordenada de una misma historia.


Se va a oxidar la luna.


Un día se va a oxidar la luna
de tanta lluvia cósmica
y tanto contraste con el infinito,
de tanta competencia desleal con el astro rey,
de tanto llanto para desinflarse.


Se va a poner roja o marrón
y va a llamar más la atención que las estrellas.


Un día se va a oxidar la luna
para que Dios la note y le de brillo.


Yo te voy a hacer lo mismo.






Desamor.


Desamor de insultos bien colocados
en las llagas más profundas y sangrantes,
de cientos de momentos que arruinaste
con el agua fría de mis decepciones;
de infamias, de mentiras dolorosas
punsando en lo que vos no calculaste,
en este desamor que me congela,
que es puro llanto y somatizaciones
ferozmente concebidas desde el centro
en el que yo estaba hasta que vos me desplazaste,
siete decibeles arriba de lo indicado,
colgada en desamor me has dejado.
Hombre... en cuánto vos también te equivocaste.






Ayer.

Te vi caer del último piso de la Torre de Babel
con la potencia de las cosas impulsadas por las fuerzas místicas,
de las alturas inmemoriales del universo, caer,
como en picada a la fosa cósmica;
acelerando por momentos en el brillo de tus palabras
que cambiaron el lustre por la madera rústica.
Disminuyendo en el terciopelo de tus ojos
que me daban ganas de ser cama elástica,
pero seguiste sin verme tu camino
y no pude frenarte más allá de mis súplicas.

viernes, 6 de octubre de 2006

Dos poemas de amor dos.



I


Cuánto deseo que sueñes conmigo esta noche
y te despiertes sintiendo mi perfume en la almohada,
que la sensación de lo cercano te persiga,
y vos hagas fuerza con la frente para recordar detalles
que llenarán la atmósfera de añoranzas.
¡Cuánto quisiera que sueñes conmigo!
que a la mañana pienses que me querés en serio,
que sientas aun quemando mi beso subversivo
volteando las leyes de la inconsciencia y los deseos reprimidos.


Que cuentes en ayunas el encuentro
y lo rememores hasta la noche siguiente.
Que sueñes conmigo… con eso me conformo.






II


No corresponde según la teoría de los tiempos
que te quiera de esta forma sublime y eterna,
no es lo debido este amor sin normas o escaparates
deslizándose por la mesa hasta tus ojos enfrentados,
actuando sin el más mínimo disimulo
en el cuarto olor rosa que nos encierra.
Pero eso de no acatar los artículos dispares
y soñarte sin ropa y cerca mío,
no es delito ni traición a la patria,
es un romance naciendo consentido,
avasallando los compromisos que existían
y que has borrado con tu simple deseo.

Hoy te amo.

Tuve miedo a la inmensa soledad dorada
que colgó tu silencio sobre mi puerta
y continué aún sin mapa o brújula
por el camino inseguro del abandono,
del absurdo espacio en donde alerta
me esperaba el fragor de tu dulzura.
Hoy te amo otra vez, de nuevo
(no sé si dejé de hacerlo en otro tiempo)
El temor se me escapa de los labios
y tu beso interrumpe el mea culpa.

jueves, 5 de octubre de 2006

La despedida

Me despierto y adoro que tus dulces ojitos sean lo primero que veo, así podría permanecer durante horas, contemplando la pequeña mancha blanca en tu ojo derecho que cambia de forma según el tiempo, cuando llueve es un molino girando levemente, cuando hay sol es un nomeolvides abriéndose, cuando está nublado es un caramelo.
Si estoy aburrida me pierdo en el patio de tu casa que es mágico y surrealista, subo por los techos y desde allí te llamo, divertida, para que vueles conmigo hasta las alturas celestiales de la higuera repleta. Hay un caminito de cuentos en tu patio, pero no quiero detenerme demasiado allí con el juego de la memoria, porque el lobo puede estar cerca y soy chiquita y me asusta demasiado.
Aparecemos en tu bicicleta en un rally mortal por charcos y calles de barro y el guardapolvo se me mancha con aceite pero vos no pareces preocuparte. Miro hacia arriba y veo tu barba apenas crecida y tu sonrisa gigante enfrentándose al viento... no hay tiempo ni espacio, la belleza es absoluta.
Rodamos por la avenida de tu idioma, místico, perfecto. Sentada a la mesa admiro tu magia, desapareces todo lo que está allí. Lo lográs, es impresionante como haces desaparecer la tasa de leche y como la encontras luego sin vacilar. Te hago cosquillas y te abrazo, pero todo se esfuma y estamos juntos, de nuevo, pero ahora yo soy grande y vos chico. Tengo que darte de comer y hablarte en un idioma que se parece a una lengua muerta. Tengo que darte mis energias para que las uses, agotálas que yo no las quiero, pero despertáte y habláme, contáme algo nuestro.
Te persigo por los pasillos interminables a donde fuimos a parar hace mucho tiempo; te corro sin alcanzarte. No me ves detrás tuyo y me canso, me quedo sin aire. Necesito verte los ojitos, decirte que te amo, guardarme un gesto tuyo como anestesia.
Me detiene tu aparición. Basta, dejame ir, me decís.
Y yo siento que así te pierdo, que no voy a poder no rogarte que vuelvas.
Basta.
Ya te perdí.
Te dejo ir.
Chau.

domingo, 24 de septiembre de 2006

Algunos poemas

Estos son algunos poemas míos, escritos en mi última recopilación de versos, que titulé "Nomeolvides"


Como yo te quise.
Te vas a alejando del romance nuestro
y habrá de dolerte mi frase certera:
como yo te quise, no habrá quien te quiera,
y si te he llorado, no habrás de saberlo.
De tu despedida me guardo el lamento
y te regalo mi desesperación naciente,
para que te demore en la creciente
soledad que se adueñará de tu tormento.


No habrá quien te quiera como yo te quise,
castigo seguro que notarás ahora,
cuando no encuentres amor tan sincero.


No habrá quien te ame como yo lo hice,
quien de la vida por tan poca cosa,
no habrá otra en el mundo entero.




Desde noviembre.
No vendrás nunca
ni llamarás a la puerta como espero,
no sabrás del olor de mis ojos,
ni de la violeta fragancia de mi pelo,
no devorarás las páginas
de las historias que no resolveremos.
No vendrás a mi espera oxidada
de azules palabras y transparentes lamentos,
no llegarás a encontrarme… algún día.
No vendrás… y yo te espero.




Fui
Fui un suspiro más,
un rincón donde guardar lo usado,
lo que no sirve o sobra.
Fui un impulso desgastado
para tu prontuario de amores e historias.
Un lindo aburrimiento
que se esconde bajo la alfombra,
para que no moleste,
con todo lo que te estorba.
Fui un blanco más de mentiras,
una mirada que no fue inquisidora,
una aceptación total y sumisa…
Un trofeo más en la repisa,
sólo eso fui. Una tonta.




Mi mano.
Tomaste mi mano.
no pude contra todos los duendes
que generaste,
ni contra la sonrisa,
no pude contra el mar de caricias
que hubiese deseado,
contra los eslabones que uniste
(y que antes se encontraban dispersos).
Hoy tomaste entre las tuyas mi mano.
Y yo te quise.




Culpa
Todo eso a lo que llaman imposible,
o triste o desolado
nos cabe de todas las maneras
como no nos entró el mundo
en nuestras manos.

viernes, 22 de septiembre de 2006

Los poemas y la ira.

Siempre supe que yo cometía todos los pecados capitales, debe ser por eso entre otras cosas que el catolicismo no me pareció la respuesta a mis busquedas espirituales y me llamó más la atención el politeísmo.
Estos pecados no sólo eran practicados por mi sino que algunos de ellos también me atrían profundamente, hasta hacerme pensar que era una pecadora por naturaleza y que nada ni nadie podría cambiarme (sin tomar esto como un castigo, el ser pecadora era considerado una bendición)
Amé de esta manera, algunas temáticas específicas de la literatura por la simple identificación que conllevaban. Me parecia maravillosa mi soberbia pero la veía absolutamente chocante en Borges, por lo que me dediqué a leerlo para criticarlo y si alguna vez me gustó su obra sólo por orgullo lo callaré hasta el día que Buda me reencarne.
A la avaricia la manifesté a través del robo indiscriminado de libros de biobliotecas, amigos y ex novios, porque más allá de ser una estudiante de derecho, considero que el robo de libros no es delito excepto que sea un libro de mi propiedad el objeto de tal improperio, caso en el cual, al mejor estilo de mi admirado Juan Manuel de Rosas, mandaría al ladrón a la mazorca olvidando los cien años de perdón que la daría un refrán popular.
A la lujuria la manifestó mi promiscuidad asumida a muy tempana edad (casi antes de nacer) y supongo que por esta bendición es que caí rendida ante el enamoramiento fatal que mis viejos escritores me provocaban, pensando en perseguir a Benedetti o a Serrat por todo el planeta para llevar a cabo mis peores intenciones. (Supongo que de manera graciosa y hasta guaranga la gula podría relacionarse con los últimos dos pecados)
La pereza me suele invadir, en la mitad de algún libro que nunca me entusiasmó pero que leí por X causa, haciendo de mi placentero hobbie, un largo tormento.
Y la ira, mi querida ira, que me complace en los tangos de Discépolo y en los poemas de Alma Fuerte. Hombres determinados llevaron a que este sentimiento se impregnara en mis poemas rojos y se apoderara de ellos en muchas ocasiones. Recuerdo sus caras y sus palabras, pero se encarga una parte de mi de olvidar sus nombres, por lo menos hasta el día en que me decida a deschabarlos a todos en una novela autorreferencial y más de uno se tenga que ir del país a buscar asilo.
Recuerdo ahora los versos de un poema no muy viejo, escrito por mi a modo de catarsis y llamado "Eres tan poco"
"Dices, actuas en lo opuesto
de lo que eres, porque te conozco,
te matan, te hieren lo celos,
te sientes pequeño cuando estoy con otro;
recuerdas aquellos momentos
en los que jugamos a abandonar todo
por un simple romance incompleto
por un gran capricho tonto.
En tu ego te muestras perfecto,
te sientes perfecto (pero eres tan poco)
Algún día te dije te quiero,
sé que fue mentira ahora que lo evoco.
Algún día me robaste un beso
y yo me quedé con todo:
te condenaste a desearme para siempre,
me condenaste a guardarte odio"
Se lo merecía. Otros versos como estos colmaron el temario de mi adolescencia marcando mi estilo, por lo que muchas veces al escuchar la ira involucrada en creaciones ajenas mis allegados me decían "eso parece escrito por vos". Una mujer de cincuenta años con siete hijos y tres divorcios está encerrada en mi cuerpo (otros me han dicho que es un hombre homosexual de cuarenta, pero por suerte no me lo he creído) y escribe sus desventuras a través de mi.
Si me remonto a mi infancia la primera vez que sentí ira fue en el jardín, cuando Electra me influenciaba y como en los dibujitos animados el diablito sobre mi hombro me decía que todas las mujeres del planeta estaban enamoradas de mi papá, que en ese entonces todavía se parecía a Osvaldo Laport cuando era joven. En una oportunidad le dije a mi hermana que iría con un arma al jardín para matar a las maestras.
Mis primeras creaciones literarias no tenían ira, pero alguna vez alguien quiso analizar mis poemas y me dijo que le parecía raro que no hubiese tenido una etapa rosa. Este sentimiento mal entendido rondó mis creaciones a partir de mi primer desengaño, cuando me enteré que mi amado Antonio Gasalla era gay, por lo que las oportunidades con el eran nulas de nulidad absoluta e inoponibles a terceros.
Los últimos poemas con ira rondaron a personas más terrenales, algunas bajadas a los hondazos de las alturas de la idealización. Como el poema que escribí escuchando el tango "Afiche" y que se llama "Ríes":
Te ríes siniestro en tu locura,
te prenderás fuego entre las brazas del incencio que inventas,
algun día.
Y estaras solo como me has dejado,
estarás solo y olvidado,
auque hoy de mi dolor te rias.

El también se lo merecía. Y el día que alguién sepa la historia entenderá que la condena copiada de la Santa Inquisición no es exagerada. Mientras tanto, yo sigo escribiendo. A veces también sin ira.

Isabel Allende, yo y el Síndrome de Virginia Woolf


Ya me lo había contado mi amigo el Marqués de Sade, un hombre de 30 años, aficionado por la literatura y mucho menos degenerado que su conocido maestro (aun cuando reconozco en él cierto aires de pedófilo reprimido); a Virginia Woolf le había pasado cuando leyó a no me acuerdo quien y se sintió tan desahuciada ante una literatura perfecta que quiso deshacerse hasta de ella misma. Y yo, que me había impresionado casi cómicamente ante el chisme, lo recordé como si hubiese estado siempre presente en mi memoria cuando comencé a adentrarme el el mundo mágico de Isabel Allende.
Yo (y al "yo" lo repito mucho porque soy nacida bajo el signo de Leo) una humilde escritora de 20 años, lectora empedernida de dos o hasta tres libros a la vez, acostumbrada a las bellezas inalcanzables de mis autores preferidos, caí sentada sobre las dudas cuando leí las primeras tres hojas del libro de la chilena que me compré después de vacilarlo unas cien veces.
La Allende había logrado un estilo al que me tenía acostumbrada Gabo, pero con toques femeninos y metáforas desconocidas. Tenía una familia más rara que la mía y una biografia que hizo sentir que la que yo había constriudo hasta entonces no era tan original ni traumática.
Las más de 300 hojas se consumieron en dos días ante mis ojos haciéndome bailar por toda clase de sentimientos: el llanto, la risa que nadie entendió cuando el día de la primavera me senté en la plaza Moreno a descubrir como continuaba la historia y dándole la espalda el escenario sólo me interesó pasear por el mundo de Isabel para aburrimiento total de mi amiga Jésica; la angustía y la falta de aire caracteristica en personas de mi naturaleza, la identificación total y la adicción que sólo mantuve por personas muy determinadas (otro día las nombraré) y por el cigarrillo que hace 13 días que no toco sufriendo toda clase de síntomas de abstinencia.
Y cuando lo terminé... Las palabras del Marqués volvieron con más fuerza. Mi poesia roja y yo no tendriamos lugar en un mundo donde existe y escribe Isabel Allende. El denominado por mi con aires de psicologa frustrada "Síndrome de Virginia Woolf" comenzó a perseguirme a todos lados.
No, la idea del suicidio no rondaría nunca mi cabeza porque le tengo miedo absolutamente a todo. Pero si la inquietud de saber que mi novela que avanza por su capítulo número treinta y mis más de 600 poemas, eran un intento mediocre de ser la Literata que yo había deseado.
Entonces las frases de la chilena me rodeaban cuando me sentaba ante la hoja en blanco que no solía cambiar de color, excepto cuando apoyaba el mate sobre ella.
Yo sé que se va a pasar, que ya ha habido intermitentes mesetas en mi inspiración que se superan con mi maravillosa memoria selectiva que a todo lo archiva como si no hubiese pasado.
Ahora solo quisiera dejar escrito en esta página lo que sentí al respecto de la literatura de la Allende y la única frase que encuentro le pertenece a ella: "más intensa que el más perfecto orgasmo o el más largo aplauso"