viernes, 18 de julio de 2008

85

El 18 de julio de 1994, a las 9:53 un coche bomba destruyó la sede de la
AMIA (Asociación Mutuales Israelitas Argentinas) ubicada en Buenos
Aires. La explosión mató a 85 personas e hirió a otras 300. Catorce años
después, continua la impunidad, pero también el reclamo de justicia. Desde aquí,
mi poema grita, apoyando esta causa, que nos duele profundamente.


El estruendo se lleva la luz y de pronto
no hay más que este remolino
que me lleva a lo largo de la historia,
que me hace recorrer los calendarios,
como si yo fuera una pieza fundamental
en el rompecabezas del poder y el espanto.

El estruendo que deja un silbido rebotando
y luego un profundo silencio,
que duele como un despellejamiento;
un profundo y cruel silencio
cubierto por el humo que no deja ver
que pasan los años y los nuestros
siguen sin hallar la claridad
que sólo nos podrá dar la justicia.