domingo, 24 de septiembre de 2006

Algunos poemas

Estos son algunos poemas míos, escritos en mi última recopilación de versos, que titulé "Nomeolvides"


Como yo te quise.
Te vas a alejando del romance nuestro
y habrá de dolerte mi frase certera:
como yo te quise, no habrá quien te quiera,
y si te he llorado, no habrás de saberlo.
De tu despedida me guardo el lamento
y te regalo mi desesperación naciente,
para que te demore en la creciente
soledad que se adueñará de tu tormento.


No habrá quien te quiera como yo te quise,
castigo seguro que notarás ahora,
cuando no encuentres amor tan sincero.


No habrá quien te ame como yo lo hice,
quien de la vida por tan poca cosa,
no habrá otra en el mundo entero.




Desde noviembre.
No vendrás nunca
ni llamarás a la puerta como espero,
no sabrás del olor de mis ojos,
ni de la violeta fragancia de mi pelo,
no devorarás las páginas
de las historias que no resolveremos.
No vendrás a mi espera oxidada
de azules palabras y transparentes lamentos,
no llegarás a encontrarme… algún día.
No vendrás… y yo te espero.




Fui
Fui un suspiro más,
un rincón donde guardar lo usado,
lo que no sirve o sobra.
Fui un impulso desgastado
para tu prontuario de amores e historias.
Un lindo aburrimiento
que se esconde bajo la alfombra,
para que no moleste,
con todo lo que te estorba.
Fui un blanco más de mentiras,
una mirada que no fue inquisidora,
una aceptación total y sumisa…
Un trofeo más en la repisa,
sólo eso fui. Una tonta.




Mi mano.
Tomaste mi mano.
no pude contra todos los duendes
que generaste,
ni contra la sonrisa,
no pude contra el mar de caricias
que hubiese deseado,
contra los eslabones que uniste
(y que antes se encontraban dispersos).
Hoy tomaste entre las tuyas mi mano.
Y yo te quise.




Culpa
Todo eso a lo que llaman imposible,
o triste o desolado
nos cabe de todas las maneras
como no nos entró el mundo
en nuestras manos.

viernes, 22 de septiembre de 2006

Los poemas y la ira.

Siempre supe que yo cometía todos los pecados capitales, debe ser por eso entre otras cosas que el catolicismo no me pareció la respuesta a mis busquedas espirituales y me llamó más la atención el politeísmo.
Estos pecados no sólo eran practicados por mi sino que algunos de ellos también me atrían profundamente, hasta hacerme pensar que era una pecadora por naturaleza y que nada ni nadie podría cambiarme (sin tomar esto como un castigo, el ser pecadora era considerado una bendición)
Amé de esta manera, algunas temáticas específicas de la literatura por la simple identificación que conllevaban. Me parecia maravillosa mi soberbia pero la veía absolutamente chocante en Borges, por lo que me dediqué a leerlo para criticarlo y si alguna vez me gustó su obra sólo por orgullo lo callaré hasta el día que Buda me reencarne.
A la avaricia la manifesté a través del robo indiscriminado de libros de biobliotecas, amigos y ex novios, porque más allá de ser una estudiante de derecho, considero que el robo de libros no es delito excepto que sea un libro de mi propiedad el objeto de tal improperio, caso en el cual, al mejor estilo de mi admirado Juan Manuel de Rosas, mandaría al ladrón a la mazorca olvidando los cien años de perdón que la daría un refrán popular.
A la lujuria la manifestó mi promiscuidad asumida a muy tempana edad (casi antes de nacer) y supongo que por esta bendición es que caí rendida ante el enamoramiento fatal que mis viejos escritores me provocaban, pensando en perseguir a Benedetti o a Serrat por todo el planeta para llevar a cabo mis peores intenciones. (Supongo que de manera graciosa y hasta guaranga la gula podría relacionarse con los últimos dos pecados)
La pereza me suele invadir, en la mitad de algún libro que nunca me entusiasmó pero que leí por X causa, haciendo de mi placentero hobbie, un largo tormento.
Y la ira, mi querida ira, que me complace en los tangos de Discépolo y en los poemas de Alma Fuerte. Hombres determinados llevaron a que este sentimiento se impregnara en mis poemas rojos y se apoderara de ellos en muchas ocasiones. Recuerdo sus caras y sus palabras, pero se encarga una parte de mi de olvidar sus nombres, por lo menos hasta el día en que me decida a deschabarlos a todos en una novela autorreferencial y más de uno se tenga que ir del país a buscar asilo.
Recuerdo ahora los versos de un poema no muy viejo, escrito por mi a modo de catarsis y llamado "Eres tan poco"
"Dices, actuas en lo opuesto
de lo que eres, porque te conozco,
te matan, te hieren lo celos,
te sientes pequeño cuando estoy con otro;
recuerdas aquellos momentos
en los que jugamos a abandonar todo
por un simple romance incompleto
por un gran capricho tonto.
En tu ego te muestras perfecto,
te sientes perfecto (pero eres tan poco)
Algún día te dije te quiero,
sé que fue mentira ahora que lo evoco.
Algún día me robaste un beso
y yo me quedé con todo:
te condenaste a desearme para siempre,
me condenaste a guardarte odio"
Se lo merecía. Otros versos como estos colmaron el temario de mi adolescencia marcando mi estilo, por lo que muchas veces al escuchar la ira involucrada en creaciones ajenas mis allegados me decían "eso parece escrito por vos". Una mujer de cincuenta años con siete hijos y tres divorcios está encerrada en mi cuerpo (otros me han dicho que es un hombre homosexual de cuarenta, pero por suerte no me lo he creído) y escribe sus desventuras a través de mi.
Si me remonto a mi infancia la primera vez que sentí ira fue en el jardín, cuando Electra me influenciaba y como en los dibujitos animados el diablito sobre mi hombro me decía que todas las mujeres del planeta estaban enamoradas de mi papá, que en ese entonces todavía se parecía a Osvaldo Laport cuando era joven. En una oportunidad le dije a mi hermana que iría con un arma al jardín para matar a las maestras.
Mis primeras creaciones literarias no tenían ira, pero alguna vez alguien quiso analizar mis poemas y me dijo que le parecía raro que no hubiese tenido una etapa rosa. Este sentimiento mal entendido rondó mis creaciones a partir de mi primer desengaño, cuando me enteré que mi amado Antonio Gasalla era gay, por lo que las oportunidades con el eran nulas de nulidad absoluta e inoponibles a terceros.
Los últimos poemas con ira rondaron a personas más terrenales, algunas bajadas a los hondazos de las alturas de la idealización. Como el poema que escribí escuchando el tango "Afiche" y que se llama "Ríes":
Te ríes siniestro en tu locura,
te prenderás fuego entre las brazas del incencio que inventas,
algun día.
Y estaras solo como me has dejado,
estarás solo y olvidado,
auque hoy de mi dolor te rias.

El también se lo merecía. Y el día que alguién sepa la historia entenderá que la condena copiada de la Santa Inquisición no es exagerada. Mientras tanto, yo sigo escribiendo. A veces también sin ira.

Isabel Allende, yo y el Síndrome de Virginia Woolf


Ya me lo había contado mi amigo el Marqués de Sade, un hombre de 30 años, aficionado por la literatura y mucho menos degenerado que su conocido maestro (aun cuando reconozco en él cierto aires de pedófilo reprimido); a Virginia Woolf le había pasado cuando leyó a no me acuerdo quien y se sintió tan desahuciada ante una literatura perfecta que quiso deshacerse hasta de ella misma. Y yo, que me había impresionado casi cómicamente ante el chisme, lo recordé como si hubiese estado siempre presente en mi memoria cuando comencé a adentrarme el el mundo mágico de Isabel Allende.
Yo (y al "yo" lo repito mucho porque soy nacida bajo el signo de Leo) una humilde escritora de 20 años, lectora empedernida de dos o hasta tres libros a la vez, acostumbrada a las bellezas inalcanzables de mis autores preferidos, caí sentada sobre las dudas cuando leí las primeras tres hojas del libro de la chilena que me compré después de vacilarlo unas cien veces.
La Allende había logrado un estilo al que me tenía acostumbrada Gabo, pero con toques femeninos y metáforas desconocidas. Tenía una familia más rara que la mía y una biografia que hizo sentir que la que yo había constriudo hasta entonces no era tan original ni traumática.
Las más de 300 hojas se consumieron en dos días ante mis ojos haciéndome bailar por toda clase de sentimientos: el llanto, la risa que nadie entendió cuando el día de la primavera me senté en la plaza Moreno a descubrir como continuaba la historia y dándole la espalda el escenario sólo me interesó pasear por el mundo de Isabel para aburrimiento total de mi amiga Jésica; la angustía y la falta de aire caracteristica en personas de mi naturaleza, la identificación total y la adicción que sólo mantuve por personas muy determinadas (otro día las nombraré) y por el cigarrillo que hace 13 días que no toco sufriendo toda clase de síntomas de abstinencia.
Y cuando lo terminé... Las palabras del Marqués volvieron con más fuerza. Mi poesia roja y yo no tendriamos lugar en un mundo donde existe y escribe Isabel Allende. El denominado por mi con aires de psicologa frustrada "Síndrome de Virginia Woolf" comenzó a perseguirme a todos lados.
No, la idea del suicidio no rondaría nunca mi cabeza porque le tengo miedo absolutamente a todo. Pero si la inquietud de saber que mi novela que avanza por su capítulo número treinta y mis más de 600 poemas, eran un intento mediocre de ser la Literata que yo había deseado.
Entonces las frases de la chilena me rodeaban cuando me sentaba ante la hoja en blanco que no solía cambiar de color, excepto cuando apoyaba el mate sobre ella.
Yo sé que se va a pasar, que ya ha habido intermitentes mesetas en mi inspiración que se superan con mi maravillosa memoria selectiva que a todo lo archiva como si no hubiese pasado.
Ahora solo quisiera dejar escrito en esta página lo que sentí al respecto de la literatura de la Allende y la única frase que encuentro le pertenece a ella: "más intensa que el más perfecto orgasmo o el más largo aplauso"