domingo, 22 de abril de 2007

Julio

A Julio López


¿Qué pasó por tu mente en el último momento
de tu vida
o anoche, si ésta aún existe?
¿Crees que el dinosaurio de la tiranía
avasalla el país entero?
¿Que como vos, otros treinta mil van a seguirte?
¿Que no bastó con aquella sangre derramada?
¿Volvió a recorrer tu cuerpo la corriente?
¿Te hundieron en el Río de la Plata?
¿Apretaste las manos por la furia
contra los asesinos que reinciden,
que se ocultaron tras de la obediencia debida,
que criaron a los hijos de los mártires,
que organizaron marchas como víctimas,
que atentaron contra la democracia,
que secuestraron como bestias impunes,
que te tienen, Julio?
¿O te han matado?


Porque yo tengo un grito amplio
que te busca y que no se resigna,
por las diagonales y los bulevares,
por los sueños y las vigilias.
Soy vos, desde hace tanto...
y estoy desaparecida.

sábado, 7 de abril de 2007

Mi amigo el dotor


Nos conocimos justamente el día que un presidente se escapó por el techo de la casa de gobierno, que la gente enloquecida en las calles golpeaba cacerolas y los policías montados a caballo pegaban y mataban. Por eso el hecho de que todo el universo haya conspirado para que el y yo nos crucemos y yo le diga una frase irónica que lo haga acercarse a mi no fue tan alborotador, lo que provocó que meses después, en una fiesta y solo para sorprenderlo, haya tenido que abrir las alas blancas que heredé de mi familia materna y sobrevolar el salón para dejarlo verdaderamente asombrado.
Desde entonces es que me quiere tanto siendo mayormente correspondido de mi parte y que juntos nos hemos encargado de hacer funcionar esta amistad enaltecida y que es casi una experiencia celeste. Aún cuando él sigue sin acostumbrarse a mis vuelos fugaces y me ata una correa al cuello para que no me escape por la ventana del departamento rastreando musas. Cuando él se deja, lo meto en mis libros de apuro para que los recorra y los critique, pero tiene la manía de los sobreprotectores y me trata como a una nena caprichosa.
Todavía no entiende mi manía de no catalogarme en roles determinados, supongo que por eso dejó que yo le diagnostique la parafrenia afectiva de Kraepelin y hasta casi me deja medicarlo. Mi amigo, “el dotor”, todo lo cura con una Coca Cola, no tiene sensibilidad en los pies y siempre los congela con las alpargatas todo terreno que supongo serán en un futuro las responsables de una artrosis, cree que el ahogo se pasa si uno dice “Susana Giménez” en voz alta, es el oidor de mis aventuras y mis desventuras, el blanco de mis consejos y mis dictámenes, el recibidor de ningún verso…
Tardé meses en embriagar mi realismo mágico de su aura, dorada por momentos, porque ante la magnitud del estremecimiento que en mi despierta quedo silente y atónita, fascinada ante este hermano mayor pero menor que me recogió de la calle como al perro callejero que fui en mi vida anterior y me acarició la cabeza con ternura.