Vos encendés las noctilucas
que fosforecen el mar,
ese mar que supo ser
amorfo e incoloro,
de espuma
resquebrajada.
Mutaste el designio
del degradé de mis sueños
de catástrofes y
perros abandonados.
Soy arcilla en tus
manos,
tuya,
desde el mismo
momento en que sellaste
mi suerte con tu
beso,
o tal vez desde
antes,
desde aquella mañana
de abril
cuando desde la otra
esquina
pareciste
reconocerme.
De vos depende mi
torpe existencia
a un nivel
insospechable,
me diste tanta luz
que no me reconozco
en todas las
literatas que supe ser.
Soy arcilla en tus
manos,
tuya,
tan tuya como nunca
antes de nadie.