domingo, 23 de noviembre de 2014

Mi abuela.

Mi abuela tenía escondida en la palma de la mano una semilla,
eso pensaba yo,
una pequeña semilla de mandarina.
Pero no era eso, no.
Mi abuela tenía escondidas en las manos
caricias infalibles y celosas
que muy rápido me recorrían la cara y me aquietaban.
Y no tan solo eso,
tenía un pulso bajito que, a veces,
cuando me ofrecía el reto de hallarlo
susurraba la lirica más bella que haya oído.
Mi abuela tenía un paso firme aunque de lado,
único,
y  un amnésico recuerdo selectivo
que nos volvía seres maravillosos.
Tenía todo el lenguaje atesorado en cuadernos amarillos,
agrupado desprolijo,
y al dibujarlo en su voz era capaz
de cimentar una vida entera.
Mi abuela tenía una presencia tan perenne
que se ha ido pero todo el espacio
sigue poblado de su luz,
la terrenal y la celeste,
y parece cuento,
pero es verdad, mi abuela tenía una semilla en la mano.